DIOS NOS HABITA.
HABITADOS POR DIOS SIEMPRE.
“El que me ama guardará mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos dentro de él nuestra morada” (Jn 14, 23).
“Señor, mantenme viva la conciencia de que Tú me habitas”.
En estos tiempos de pandemia tenemos una sensación planetaria, que llena nuestras vidas, un virus pequeñito nos acecha, nos amenaza, está a punto de invadirnos, puede llegar a nuestro interior y hacer sus estragos. Es un virus destructor y maligno. Avanza, se extiende sin que la ciencia y los esfuerzos de la humanidad, logren atajarlo como desearíamos. El coronavirus: COVID-19.
Nos tenemos que cuidar. Respetar las distancias en los encuentros, mantener la higiene de las manos, usar las mascarillas, evitar los contagios.
Además, en España, tenemos un índice de anticuerpos muy bajo. Son muy pocas las personas que están inmunes. Se habla de un 5%. No llegamos a lo que se denomina la “inmunidad de rebaño”, la inmunidad de grupo. España está lejos de esa inmunidad, con solo dos millones de positivos en coronavirus.
En esas estamos, viviendo en la máxima vulnerabilidad social que hemos conocido. Pero podemos hacer lo que podemos hacer. Podemos contribuir a la erradicación, nuestra actitud ha de ser de colaboración y de esfuerzo positivo.
En medio de esta realidad, que se impone por su crudeza y su dramatismo, los creyentes buscamos afianzamiento en los registros más recónditos del espíritu. Y oramos, no para que Dios intervenga de manera mecánica y actúe con su potencia infinita sobre el mal que nos asola, sino para que nosotros mismos tomemos conciencia del mal y de los límites de la creación que se revela y se retuerce en su impotencia y finitud.
Los seres humanos estamos llamados a poner en funcionamiento todas las potencialidades, todas las fuerzas y las capacidades de las que estamos adornados para revertir los límites y las fuerzas de la destrucción. Ahí están la ciencia, la racionalidad, la contribución solidaria y generosa, el esfuerzo científico y técnico, la gestión social y política que están llamadas a perseguir el objetivo común.
Los seguidores de Jesús de Nazaret tenemos la convicción profunda de que somos seres acompañados. Seres que reciben “la fuerza de lo alto” y sienten el estímulo y la potencia de esperar y añorar un mundo mejor, de confiar contra toda desesperanza.
Hay un texto del evangelista san Juan que en la liturgia de estos días pascuales hemos escuchado y que dice así: “El que me ama, guardará mis palabras, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos dentro de él nuestra morada”.
Este anuncio del Señor nos hace vivir en la convicción de que somos seres habitados, de que no estamos solos y que Alguien camina con nosotros en el trayecto de la vida. Estamos invadidos.
Nuestro corazón orante puede repetirle al Señor, con confianza y esperanza: ““Señor, mantenme viva la conciencia de que Tú me habitas”.
Sigamos clamando a quien nos promete cercanía y Presencia, para que experimentemos la fuerza y la consistencia que da la promesa de su Palabra, y entretanto, sigamos trabajando el mundo que tenemos entre las manos.
Amén.
Segundo Díaz Santana
14 de mayo de 2020. Jornada Mundial de Oración y Súplica por la Humanidad.