Contemplación en la tarde del II Domingo de Pascua 2020 (Coronavirus)
Fiesta de la Divina Misericordia.
19 de abril de 2020
Hace años que mi actitud orante me lleva a repetir una y otra vez:“Vive Dios, mi Señor, en cuya presencia estoy”.
La expresión, que ya el profeta Elías (y luego Eliseo) repetía insistentemente, manifiesta la evolución de la fe del pueblo de Dios a lo largo de su Historia. En medio del politeísmo ambiental y de la apertura del ser humano al misterio de la existencia, el profeta de Israel llega a clamar: Vive Dios, mi Señor, en cuya presencia estoy.
Unos siglos después podemos constatar el proceso y cómo en Isaías se ahonda la experiencia personal de Dios. En el capítulo 43, que se considera el cenit de esa evolución del Antiguo Testamento, el creyente que contempla y acoge la revelación de Yahveh, percibe este susurro definitivo: “No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tu eres mío. Yo estoy contigo. Yo te amo”.
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