Los iconos de la Navidad

El Adviento (VI de VII):

Los iconos de la Navidad

Por Felipe Santos

Los iconos de la tradición oriental de la Iglesia nos reconcilian en seguida con la fiesta de Navidad y nos hacen olvidar la excitación que los acompaña. Reina en ellos una tal paz, una tal armonía; todo está de fiesta, es decir, en alegría. Los astros brillan en los cielos, las rocas se abren para acoger a su Creador, los animales se pacifican, los pastores comparten su alegría con los ángeles, los magos corren gozosamente hacia el descubrimiento de la Verdad revelada por la estrella. Todo se baña de luz, una luz de un resplandor particular.

Según los iconógrafos pueden variar algunos detalles expresivos, según sean de Novgorod o Andreï Roubliv. Aparte del baño del niño, detalle humano del alumbramiento, y todo lo inevitable alrededor de un recién nacido, el iconógrafo es muy fiel al espíritu del Evangelio.

En primer lugar, la duda de José sobre la virginidad de María y el origen divino de Jesús. En la parte baja de la imagen José está sentado abrumado, con la cabeza en la manos, tentado por el demonio de la duda con el aspecto de un anciano pastor. (San José no será el único en la historia de la humanidad en dudar del misterio, demasiado grande para el entendimiento humano).

A continuación vemos estos personajes de alto rango que son los magos en busca del Rey de los Judíos, Representan a los maestros de la ciencia antigua. Son guiados por los astros y gracias a una estrella, toman el camino en busca de un rey que acaba de nacer y encuentran un niño acostado en la paja. En ciertos iconos, van directamente, según otros, dan una vuelta por la montaña.

Si les fue preciso a los sabios una larga búsqueda para llegar a Dios, los pastores recibieron la Buena Nueva directamente de los ángeles, sin transición ni preparación.

El evangelista no menciona el asno y el buey. La lógica suple a la narración: José tenía un asno para viajar y la cuna estaba llena de heno para alimentar a la s bestias. La iconografía de Navidad se refiera a la profecía de Isaías: “El buey reconoce a su vaquero y el asno el pesebre de su dueño, Israel no conoce nada, mi pueblo no entiende nada” (Isaías 1,3).

Delante la gruta, María está tumbada en la postura habitual de una joven acostada. Su silueta es monumental, ocupa una lugar importante en la composición del icono; eso indica la importancia de la Virgen en el misterio de la Encarnación: María, por el nacimiento de su Hijo, se convierte en Madre de Dios, Theotokos. A menudo ella da la espalda al niño.

En ciertos iconos, mira con compasión a José que está en la duda y mediante él toda la humanidad entera sumergida en las tinieblas de la ignorancia. Su mano parece señalar al recién nacido, por este gesto ella guía a todo hombre hacia el Hijo de Dios. En otros iconos, ella está en meditación “María conservaba todo esto en su corazón” (Lucas, 2.19).

Finalmente, toda la composición pictórica se centra en la gruta o portal y todo converge en ella. Es una como una espiral cuyo punto central sería ese agujero sombrío en el que luce la LUZ. Jesús están ahí, como si hubiera salido de la misma tierra.

Esta imagen nos da el verdadero sentido de la Encarnación. Cuando fue creado Adán, se sacó de la tierra, hoy —el segundo Adán— Cristo recrea al hombre en su persona. El Hijo de Dios tomó nuestra condición humana: nació de la tierra y volverá a ella cuando lo sepulten:” El primer hombre, salido del suelo es terrestre; el segundo hombre viene del cielo…Y de la misma forma que hemos sido revestidos de la imagen terrenal, nos hace falta revestirnos de la imagen celestial” (1 Corintios 15.47,49).

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